Nighthawks Café

2006-06-25

La increible historia de Lory Banner y las salchichas del Thunderbird.


La primera vez que vi a Lory Banner, tenía esa imprecisa edad en que los más jóvenes comienzan a importunarle a uno llamándole “de usted”. Por aquel entonces yo trabajaba en la planta 23 del mismo edificio bajo el que estaba el Thunderbird, una cafetería en la que ni los precios, ni las camareras eran una cosa del otro mundo. Simplemente estaba allí abajo. Lory servía las mesas con diligencia, pero sin mucha gracia. Sonreía al apuntar las comandas, pero había algo en sus ojos que te hacía pensar que iba a romper a llorar en cualquier momento. No sé qué pudo atraerme de ella. Desde luego no fue su físico. Cualquier descripción somera de Lory, pondría el listón muy alto: ojos azules, melena rubia, piernas firmes… pero había algo en el conjunto que desentonaba, algo que hacía que todo eso chirriase. De niña, debió ser una preciosidad, pero ahora, disparada por un resorte que solo los actos reflejos saben activar, la palabra “mediocre” acudía a la mente de uno en cuanto pensaba en ella. Esto no era algo subjetivo. En esta ciudad era difícil encontrar una camarera que no coleccionase al menos media docena de piropos a la hora. Los pocos que recibía Lory, tenían el sabor de una limosna o de un insulto escupido por algún chiflado. A pesar de todo esto, no podía apartar mi vista de ella. Todos los días bajaba a almorzar y pedía un plato combinado del que daba cuenta sin apartar la vista de los pasitos de la camarera. Pasaron semanas antes de que me atreviera a cruzar con ella alguna palabra que no tuviera que ver con mi dieta. Organizamos algo que solo podría ser considerado como una cita si se cogía con pinzas, y aparecí por el Thunderbird media hora antes del cierre. Me aseguré de vestir lo suficientemente informal como para quitarle hierro al asunto y me senté en una de las pocas mesas que quedaban sin sillas sobre ella.
- ¿Queda tiempo para una taza de café? –pregunté sonriendo.
- Solo si piensas tomarla acompañado.
Dejó la cofia sobre la barra y a su jefe fregando el suelo al fondo del local. Trajo dos tazas y llenó ambas de café negro. Dimos un trago y sonreímos. Lory tenía una dentadura perfecta, pero aun así no pude evitar volver a pensar que aquello no había sido una buena idea.
- Hacía mucho que no tenía una cita, ¿sabes? –dijo sin mirarme a la cara, como si le diera un poco de corte reconocerlo.
- ¿Si? Bueno, yo también hacía mucho que no quedaba con nadie.
- Bah, seguro que lo dices para hacerme sentir bien.
- ¿Habría algo de malo si fuera así?
- Nah, qué va, todo lo contrario.
Di otro trago y envalentonado por haberla hecho sonreír otra vez, seguí hablando.
- Además, estoy seguro de que si no sales con más chicos, es porque no quieres.
- Sí, bueno… en parte.
- ¿En qué parte?
Entonces, levantó la mirada y encontré en sus ojos ese brillo de tristeza que ya conocía de verla sirviendo mesas. La certeza de que estaba esperando un mínimo empujón para echarse a llorar. En cuanto la pregunta salió de mis labios y llegó a sus oídos, me arrepentí de haberla formulado.
- Verás… de pequeña… de pequeña… Bueno, es una historia muy normal. La tele está llena de bodrios contando lo mismo –hizo una pausa recuperando fuerzas para continuar- De pequeña… mi tío me molestaba… ¿sabes a qué me refiero? –asentí dando otro trago, y ella siguió -. Venía casi todas las noches a mi cuarto. Nadie sospechaba nada. Nunca dije nada. Y bueno… cuando uno empieza “algo” tocando fondo… ya sabes, no es la mejor forma y… bueno, no te quedan muchas ganas de repetir, ¿sabes?
No fui capaz ni de asentir. Solo pude terminar el resto del café de un trago. Lamenté no haber pedido algo con más reprís.
- No sé por qué te he contado esto –dijo -. Espero no haberte incomodado, ¿no?
- Eee… no, en absoluto –respondí entrelazando los dedos sobre la mesa y mirando a la calle. En aquel momento, me hubiera cambiado por cualquiera de los que paseaban al otro lado del cristal.
Nos quedamos callados. Igual resulta exagerado, pero juraría que al menos fue un minuto sin decir palabra. Yo estaba completamente bloqueado, incapaz de hilar una frase. Imagino que Lory estaba profundamente avergonzada por haber compartido esa confidencia con un desconocido. A día de hoy, todavía me pregunto por qué lo hizo. Supongo que se trataba de una forma de ponerme sobre aviso de algo.
Finalmente fue ella quien rompió el hielo.
- Ee… vienes todos los días.
- Sí, sí… todos los días.
- Imagino que te gustan mucho nuestras salchichas.
- Mira Lory –dije poniéndome en pie -, solo he sacado un ticket de cinco minutos en el parkímetro y no me gustaría que nuestra cita se estropeara por culpa de la grúa, así que si te parece bien, mientras tú terminas… yo le echo algunas monedas más a la máquina.
- Ok. Sí, está bien, te esperaré –respondió, aunque yo ni siquiera aguardé a que terminara la frase para salir por la puerta de Thunderbird.

Llegué a pensar incluso en cambiar de trabajo. Finalmente opté por dar todos los días un rodeo a la manzana para no pasar por delante de la vidriera del restaurante. A diario recorría un kilómetro más alrededor del edificio para no encontrarme con los ojos llorosos de Lory. La imaginaba allí sentada, como el personaje de una vieja canción que se ha tomado lo de “esperar” de manera literal y envejece y muere sin separarse de aquella mesa. No quise contarle a nadie la historia. Sentía vergüenza de mí mismo, y temía avergonzar a Lory más de lo que ya lo había hecho. Seis meses después de nuestra cita reuní el valor suficiente para observar el Thunderbird desde el interior de un taxi. No había ni rastro de la camarera. Al día siguiente anduve por delante del restaurante. Al llegar al centro me paré y escudriñé con atención, cansado ya de aquel juego. Cuando estuve seguro de que Lory no andaba por allí, entré y me senté en una de las mesas, la misma que ambos habíamos ocupado meses antes. Tras un par de minutos, la nueva camarera se acercó sosteniendo la comanda.
- ¿Qué le pongo amigo?
- Quiero un café. Una taza grande de café. Y un plato combinado. Ponga patatas fritas, un huevo, y salchichas. Me encantan las salchichas del Thunderbird.
posted by Marquitos at 10:16 p. m.

2 Comments:

Leyendo el relato me ha recordado a una película, que seguramente estaba en tu subconsciente al escribirlo ya que se trata de una de tus favoritas. Es "Jo, que noche" y es con el mal rollo que le produce al protagonista enterarse de las posibles quemaduras de Marcy. Aunque en realidad tu personaje de Lory se parezca más a Julie, la camarera del bar de Tom en esa misma películo.
Anonymous Anónimo, at miércoles, junio 28, 2006 9:38:00 a. m.  
Muy bien buscada la referencia. También tiene un poco del personaje del club Berlín al final, el que le recubre de papél maché, por eso de ser alguien sin ningún atractivo pero por el que el protagonista se siente atraido (en el caso de la peli, porque buscaba un poco de paz en sus brazos).
Blogger Marquitos, at miércoles, junio 28, 2006 12:19:00 p. m.  

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